3° parte...Príncipe de la niebla....

Rinako Inverse rinoa.heartilly at correoweb.com
Sun Sep 24 22:18:12 CDT 2000



Max había leído alguna vez en uno de los libros de su padre que ciertas imágenes de la infancia se quedaban grabadas en el álbum de la mente como fotografías, como escenarios a los que, no importa el tiempo que pase, uno siempre vuelve y recuerda. Max comprendió el sentido de aquellas palabras la primera vez que vio el mar. Llevaba más de cinco horas en el tren cuando, de súbito, al emerger de un oscuro túnel, una infinita lámina de luz y claridad espectral se extendió ante sus ojos. El azul eléctrico del mar resplandeciente bajo el sol de mediodía se grabó en su retina como una aparición sobrenatural. Mientras el tren seguía su camino a pocos metros del mar, Max sacó la cabeza por la ventanilla y sintió por primera vez el viento impregnado de olor a salitre sobre su piel. Se volvió a mirar a su padre, que le contemplaba desde el extremo del compartimento del tren con una sonrisa misteriosa, asintiendo a una pregunta que Max no había llegado a formular. Supo entonces que no !
importaba
 cuál fuera el destino de aquel viaje ni en qué estación se detuviera el tren; desde aquel día nunca viviría en un lugar desde el cual no pudiese ver cada mañana al despertar aquella luz azul y cegador
a que ascendía hacia el cielo como un vapor mágico y transparente. Era una promesa que se había hecho a sí mismo.

*  *  *
Mientras Max contemplaba alejarse el ferrocarril desde el andén de la estación del pueblo, Maximilian Carver dejó unos minutos a su familia anclada con el equipaje frente al despacho del jefe de la estación para negociar con alguno de los portadores locales por un precio razonable para transportar bultos, personas y demás parafernalia hasta el punto final de destino. La primera impresión de Max respecto al pueblo y al aspecto que ofrecía la estación y las primeras casas, cuyos techos asomaban tímidamente sobre los árboles circundantes, fue la de que aquel lugar parecía una maqueta, uno de aquellos pueblos construidos en miniatura por coleccionistas de trenes eléctricos, donde si uno se aventura a caminar más de la cuenta podía acabar cayéndose de una mesa. Ante tal idea, Max empezaba a contemplar una interesante variación de la teoría de Copérnico respecto al mundo cuando la voz de su madre, junto a él, le rescató de sus soñaciones cósmicas.

-¿Y bien? ¿Aprobado o suspendido?
-Es pronto para saberlo- contestó Max -. Parece una maqueta. Como ésas de los escaparates de las jugueterías.
-A lo mejor lo es- sonrió su madre.

Cuando lo hacía, Max podía ver en su rostro un reflejo pálido de su hermana Irina.
-Pero no le digas eso a tu padre- continuó -. Ahí viene.

Maximilian Carver llegó de vuelta con dos fornidos transportistas con sendos atuendos estampados de manchas de grasa, hollín y alguna sustancia imposible de identificar. Ambos lucían frondosos bigotes y una gorra de marino, como si tal fuera el uniforme de su profesión.

-Éstos son Robin y Philip- explicó el relojero-. Robin llevará las maletas y Philip, a la familia. ¿De acuerdo?

Sin esperar la aprobación familiar, los dos forzudos se dirigieron a la montaña de baúles y cargaron inmediatamente con el más voluminosos sin el menor asombro de esfuerzo. Max extrajo su reloj y contempló la esfera de lunas risueñas. Las agujas de su reloj marcaban las dos de la tarde. El viejo reloj de la estación marcaba las doce y media.

-El reloj de la estación va mal- murmuró Max.
-¿Lo ves?- contestó su padre, eufórico- . Nada más llegar y ya tenemos trabajo.
Su madre sonrió débilmente, como siempre hacía ante las muestras de optimismo radiante de Maximilian Carver, pero Max pudo leer en sus ojos una sombra de tristeza y aquella extraña luminosidad que, desde niño, le había llevado a creer que su madre intuía en el futuro lo que los demás no podían adivinar.
-Todo va a  salir bien, mamá – dijo Max, sintiéndose como un tonto un segundo después de pronunciar aquellas palabras.

Su madre le acarició la mejilla y le sonrió.

-Claro, Max. Todo va a salir bien.


En aquel momento Max tuvo la certeza de que alguien le miraba. Giró rápidamente la vista y pudo ver cómo, entre los barrotes de una de las ventanas de la estación, un gran gato atigrado le contemplaba fijamente, como si pudiera leer sus pensamientos. El felino pestañeó y de un salto que evidenciaba una agilidad impensable en un animal de aquel tamaño, gato o no gato, se acercó hasta la pequeña Irina y frotó su lomo contra los tobillos blancos de su hermana. La niña se arrodilló para acariciar al animal, que maullaba suavemente. Irina lo cogió en brazos y el gato se dejó arrullar mansamente, lamiendo con dulzura los dedos de la niña, que sonreía hechizada ante el encanto del felino. Irina, con el gato en sus brazos, se acercó hasta el lugar donde esperaba la familia.

-No acabamos de llegar y ya has cogido un bicho. A saber lo que llevará encima – sentenció Alicia con evidente fastidio.

-No es un bicho. Es un gato y está abandonado – replicó Irina – . ¿Mamá?

-Irina, ni siquiera hemos llegado a casa – empezó su madre.       

La niña forzó una mueca lastimosa, a la que el felino contribuyó con un maullido dulce y seductor.

-Puede estar en el jardín. Por favor...

-Es un gato gordo y sucio – añadió Alicia –.¿Vas a dejar que se salga otra vez con la suya?

Irina dirigió a su hermana mayor una mirada penetrante y acerada que prometía declaración de guerra a menos que ésta cerrase la boca. Alicia mantuvo la mirada por unos instantes y después se volvió, con un suspiro de rabia, alejándose hasta donde los transportistas estaban cargando el equipaje.
continuará.....



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